Cámara de Senadores, Ciudad de México.

Instrucciones para vender pozole en una oficina

VUCA STORIES 😃
8 min readSep 16, 2020

Uno: Que tu jefe no se entere

Hace algunos años trabajé en una oficina del gobierno federal de México, en el área de recursos humanos. Yo estaba dentro de la subdirección encargada del reclutamiento, selección e ingreso de todo el personal de esta dependencia; un área linda, muy ágil, con mucha atención al público y mucho contacto con los jefes de los puestos que se encontraban vacantes.

Algún día de septiembre de aquellos años, mi jefe de ese entonces me llamó a su oficina un poco divertido y un poco preocupado: le habían llegado varias noticias de que una persona del edificio le estaba vendiendo pozole al personal. Me pidió solo estar pendiente por si veía gente de mi equipo o de mi piso comiendo pozole, que le avisara. — ¡Hasta platos pozoleros de barro traen! — me dijo sorprendido.

Encontraron a la vendedora, una señora que trabajaba en la planta baja del edificio. No vendía pozole solamente: los lunes vendía tortas de milanesa; los martes “dorilocos”; los miércoles descansaba; los jueves vendía botanas y los viernes, dependiendo la época del año vendía una variedad extraordinaria de comida. En septiembre era el pozole, pero en enero era rosca de reyes rellena; en marzo chilaquiles verdes, en julio tamales, en agosto tacos de cochinita pibil y en diciembre, buñuelos gigantes.

Se llamaba Olga (no es cierto) y Olguita, como le decían todos sus compañeros tenía alrededor de 55 años, 30 de ellos “trabajando” en esta dependencia en donde yo pasé únicamente 5. Además de excelente cocinera y una fuerte emprendedora, era personal sindicalizada, lo cual complicó mucho poder cortar de tajo con sus actividades comerciales dentro de las oficinas.

Desde luego: el comercio no estaba permitido para el personal, ni para ninguna otra persona dentro de las instalaciones de las oficinas, pero, ya saben cómo somos: en este edificio de 19 pisos ubicado en avenida Paseo de la Reforma podíamos encontrar un sinfín de ofertas: tarjetas telefónicas de recarga; dulces, chocolates, frituras; tandas; ropa, mochilas, tenis y zapatos, y por supuesto: las diversas opciones de desayuno, comida y hasta cena. Todo mundo lo sabía y este círculo comercial formaba parte de la cultura organizacional: la gente vendía, compraba y especialmente consumía con mesura y discreción, hasta que el pozole vino a evidenciar que se había rebasado el límite de lo posible y permisible.

Lo más que lograron con Olguita y su líder sindical presente en ese momento, fue que disminuyera la cantidad de días de venta a tres por semana y que se olvidara -por un tiempo- de vender productos tan llamativos, olorosos y complicados para el consumo sencillo. El pozole se fue de las alternativas de los viernes de oficina, pero casi a nadie le importó: septiembre se terminó y noviembre llegó con los panes de muerto de chocolate rellenos de nata o crema pastelera.

Dos: en la comida, que siempre sepa igual de rico, lo es todo

Algo había que reconocerle a Olguita: toda la comida que llevaba sabía muy bien. Y esto le ayudó a ganar fama entre todo el personal. Yo no había conocido el pozole hasta que mi jefe me lo dijo, pero conocía los chilaquiles y los “dorilocos”. Una compañera mía un día llevó los chilaquiles y de una cucharada me gustaron mucho. Traté ese mismo día de que me consiguiera una orden. — No, lic; ya no hay, hay que pedirlos un día antes — me contestó.

A la semana siguiente, la misma compañera me preguntó -un día antes- si quería chilaquiles para el siguiente. Sí quise. Tuve la oportunidad de no comérmelos en mi escritorio sino en un pequeño comedor que teníamos en una terraza del piso 2. Los chilaquiles más ricos que recuerdo de todo el centro de la ciudad. Así me hice fiel cliente de Olguita y los chilaquiles de la planta baja; incluso aquel jefe que yo tenía, llegó a probar los chilaquiles, no tanto como yo porque se olvidaba de hacer su solicitud con la antelación requerida. Todo eso ocurrió antes del pozole, por supuesto.

En ese septiembre, el pozole se volvió la sensación dentro del edificio, Doña Olguita además de excelente sazón tenía la capacidad de igualar sus platos: todos sabían igual de bien de una semana a la otra. ¿Cómo lo lograba? Sencillo: tenía un proceso estandarizado. Llegaba por la mañana y bajaba de una vieja camioneta Nissan blanca, varias cubetas llenas de los ingredientes separados: el caldo, el maíz, la carne, las verduras y demás y en otras cubetas, los platos y los cubiertos de metal, las servilletas y los manteles que ponía para no ensuciar su escritorio.

El día que supimos quien era la vendedora de pozoles y bajamos a la planta baja a verla: había una fila de personas entrando y saliendo de ese lado del piso con esa cara sonriente que nos pone tener enfrente un plato de pozole; Doña Olguita con las cubetas de comida encima de los manteles que estaban encima del escritorio, recibía los platos vacíos de dos ayudantes (también empleadas de esta dependencia), los llenaba y los prepara con un dominio impresionante y con las cantidades exactas de cada ingrediente que colocaba.

Todos los que conocieron el pozole de Olga no podían dejar de reconocer dos cosas: el gran sabor que tenía y lo inverosímil del escenario: una servidora pública de una dependencia federal vendiendo este gran platillo de la comida mexicana, tradicional de las fiestas patrias, en plena oficina de gobierno, dentro de una de las áreas de recursos humanos. André Breton tenía razón: “México es el país más surrealista del mundo” y yo creo que en septiembre, mucho más.

Tres: Cocina con esmero, comparte con cariño

Después de tres años que estuve dentro del área de reclutamiento y selección, me promovieron a un puesto de mayor responsabilidad: fui el subdirector de prestaciones laborales, económicas y deportivas de esta dependencia. Pase del piso 5 a la planta baja del edificio.

Una de mis principales encomiendas que mi nueva jefa de ese momento me dio, fue tratar de poner en orden a un equipo de más de 35 personas que laboraban en esa área, entre ellas: la señora Olga. Fue una labor titánica que ahora recuerdo con cariño y nostalgia, aquella subdirección era un poblado sin reglas; el subdirector anterior había sido tan permisivo que en algún momento se perdió el control del personal. Pasaban cosas tan increíbles en esa oficina que, encontrar una vendedora de pozole completamente a sus anchas no parecía tan extraño.

Poco a poco, con el esfuerzo de todos y, la paciencia, la comprensión y el apoyo de mis colaboradores logramos mucho más orden en el área, mejores servicios para personal y mayor entendimiento y respeto de lo que se podía y lo que no se podía hacer. El pozole y otros productos de semejante impacto visual y culinario nunca volvieron al comercio de nuestro edificio. Olga y yo, después de varios debates acalorados al respecto de las actividades que hacía y de las que en verdad debía realizar, nos volvimos buenos compañeros y me gusta pensar que hasta buenos amigos.

En septiembre de ese año, presenté mi renuncia a la dependencia; había encontrado una oportunidad laboral en otro lado que me emocionaba mucho. A inicios de ese mes le comuniqué a todos mis colaboradores esta decisión. Aprovechando que se acercaba el 15 de septiembre, día de la independencia de México, se acercaron conmigo para ver la posibilidad de hacer un convivio con motivo de esta fiesta patria y la tradicional despedida del jefe que cambia de trabajo.

El convivio fue justo el día 15 septiembre, aunque es un día laboral en México, se acostumbra que todas las oficinas trabajan solo hasta el mediodía. Era común también que todos los pisos del edificio organizaran estos convivios. Ninguno como el que me tocó pasar en aquella planta baja ese año: todos mis compañeros (de edad promedio alrededor de 50 años) se vestían con ropa y colores típicos mexicanos, venían con trenzas, sombreros y bigotes falsos; moños de charro y caras pintadas; las paredes se vestían muy temprano de banderas, pendones e imágenes conmemorativas. En un par de mesas armadas y las sillas de oficina, nos sentamos a comer, a hablar de todo y nada, a reír y carcajear. Estoy casi seguro de que era el día preferido del año de todos los que trabajábamos en la planta baja.

Ese día comimos pozole, lo preparó Olguita gratuitamente para todos. Sí: era riquísimo.

Bonus: hay veces que la cultura de una organización dicta e inunda las mejores experiencias de sus personas

Cuando pensé en mi artículo de esta semana, acordándome que su publicaría el 15 de septiembre, me vino tan vívidamente a la memoria la historia de la venta del pozole. Sin dejar de ser cierta, increíble y hasta graciosa, esta historia me recordó también cómo la cultura de una organización muchas veces marca la pauta de las diversas estrategias que, ya sea desde la alta gerencia o las áreas de recursos humanos, dirigimos a los empleados.

El convivio de la planta baja del día de la independencia era en sí un rito cultural de ese equipo de trabajo. Todos los que laborábamos ahí, comprendíamos en ese espacio y en ese tiempo muchas de las ideas que a lo largo del año tratábamos implantar; este evento nos permitía en muchos casos capitalizar mensajes de comunidad, solidaridad, responsabilidad, misión organizacional y hasta el fin social que teníamos como equipo de trabajo.

En este periodo laboral me quedó claro que no siempre las experiencias más significativas de las personas que trabajan en una organización provenían de las ideas que se nos imaginan los que nos encargamos de implementarlas. Muchas veces -me pasó- solo hacía falta poner atención en las personas y subrayar y potenciar algunas experiencias que ya existen y han sido construidas artesanalmente por ellas y para ellas mismas.

Si te interesa el tema de cultura organizacional y te gustaría saber cómo esta puede determinar -para bien o para mal- los momentos significativos de tu equipo de trabajo, te invito a que descargues este Toolkit gratuito que hemos preparado para ti; con él podrás mapear las experiencias que tus empleados viven durante el recorrido que hacen por tu organización para después diseñar estrategias que te ayuden a mejorar estas experiencias. Puedes descargarlo dando clic aquí.

A todos los lectores de VUCA, como siempre: les agradecemos la atención, la lectura y los comentarios. Los que conformamos esta emocionante empresa les queremos desear a todos, mexicanos o no, que hoy 15 de septiembre, coman de lo más sabroso y espectacular que puedan. ¡Feliz 15 de septiembre!

Sobre el autor:

Mi nombre es César Telésforo y me entusiasma mucho ayudar a que las organizaciones se transformen y evolucionen con innovación y un enfoque centrado en las personas que las integran. En mi experiencia profesional he dirigido áreas de recursos humanos y finanzas; soy académico universitario en las asignaturas de administración y responsabilidad social empresarial, y he escrito para varios medios de comunicación. Actualmente colaboro en VUCA.

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